Entrevista a Gabriela Halac, por José Playo para La Voz del Interior

“El libro no es para nosotros un estuche de palabras”


Entrevista publicada en La Voz del Interior el 17 de Septiembre del 2015. Ver la nota completa aquí

El teatro, el arte, la poesía y la edición son las áreas en las que Gabriela Halac despliega su trabajo y una energía que no sabe de pausas. Desde 2003 gestiona DocumetA/Escénicas, un espacio de producción vinculado a las artes escénicas y a la literatura, que además se convirtió en una editorial. En su sello se publicaron los títulos que ganaron las dos últimas ediciones del Premio Burnichon, distinción que se otorga en el marco de la Feria del Libro. Primero fue Luzazul, de Emilio García Wehbi, y ahora La boca de la tormenta, de Eugenia Almeida.

 

–¿En qué rol te sentís mejor?

–Alguna vez soñé con dedicarme full time a la escritura, pero pasaron muchas mas cosas en mi vida y mi inquietud sumada al contraste con la realidad me hizo explorar más territorios. Me encanta editar, escribir, pensar en la edición y su vínculo con el  espacio expositivo y gestar proyectos culturales. Todo eso que hago me define. El trabajo con el otro me alimenta, me enseña, me desafía y en ese interés por los otros y por la escritura, editar se volvió un lugar de síntesis. Cada uno de esas experiencias me aporta algo diferente y significativo y cuando me pongo a hacer, opera todo al mismo tiempo. Eso que vos ves como actividades separadas para mi es una sola y la forma de nombrarlo es sintética: “mis proyectos”. Lo bueno de haber puesto el cuerpo en diferentes espacios y roles es que la visión sobre el trabajo del otro se amplía y es más simple comprender, colaborar, sumar. La producción cultural en Argentina está marcada por la autogestión y algunos nos convertimos en varios engranajes del sistema.

–¿Qué que se valora cuando Ediciones DocumentA/Escénicas gana el Premio Burnichon?

–Eso habría que preguntárselo a los jurados y a la familia Burnichón, pero voy a intentar responderte desde mi visión sobre este premio. En lo personal me interesa de manera especial a la figura de Alberto Burnichón, porque creo que editar es un gesto político y estético. Burnichón hacía teatro, tenía un vínculo estrecho con artistas visuales y eso hacía tan especiales sus libros, su catálogo y su circulación. Y por eso este premio que alienta y defiende desde 1996 la familia Burnichón hay que leerlo en  clave de quien era él como editor. En este sentido y analizando las publicaciones premiadas, es un premio que valora el desarrollo de conceptos editoriales, la calidad de las publicaciones, la coherencia en los recursos utilizados. También se valora el criterio de selección del material, qué nivel de riesgos y apuesta implica la obra elegida. En el caso del libro premiado este año, La boca de la tormenta de Eugenia Almeida, el jurado se interesó particularmente por los desafíos asumidos con algunas operaciones de edición poco convencionales, que desafían a su modo, la tradición lectora y obligan a mirar-leer de otra manera. Desde mi perspectiva personal, y la razón por la que presento las producciones de la editorial al premio, considero  interesante que una vez al año exista este homenaje a la memoria de Alberto Burnichón que al mismo tiempo sirve para poner en valor algo que  a simple vista puede resultar invisible: el pensamiento y la labor de un editor en todas sus dimensiones. Creo que en este premio hay una recuperación del pasado y una utilización subsiguiente que activa el pensamiento sobre el campo editorial en el presente.

–¿Qué tienen de particular las ediciones de DocumentA?

–Ediciones DocumentA/Escénicas es una editorial adentro de un espacio de producción artística. Eso es importante para definirnos. De nuestras ediciones participan artistas, escritores, pensadores. El contenido de lo publicado es un elemento en la composición a partir del cual indagamos sobre el sentido que construye la materialidad del libro. El libro no es para nosotros un estuche de palabras, sino más bien un hecho artístico. Editamos pocos libros al año, por lo que la selección de material es muy importante. Los libros que decidimos editar tienen en común tener cierta urgencia, ser el punto de llegada de un recorrido ya sea de pensamiento o producción artística y la publicación es una oportunidad de circulación, re-elaboración, diálogo y sin dudas un trabajo colectivo en el que participamos activamente. Hasta ahora siempre hemos editado autores vivos, por lo que mayormente se trata del resultado de una conversación con ellos. El año pasado asistí a una charla en la Feria del Libro donde  un editor dijo que en el mundo del libro estaba todo inventado. Creo que esa idea es falsa pero hacerla consciente es  justamente nuestra posibilidad. En un contexto tan codificado como es el libro impreso, es muy jugoso ponerse a jugar con lo que ocurre cuando los elementos que podrían ser indiscutibles en la cultura de lo escrito, comienzan a extrañarse, a correrse de lugar y a producir sentido. Entonces se desata otro discurso posible y potente que es el de ese dispositivo que no solo guarda, documenta o reserva un contenido, sino que puede ser en sí mismo un acontecimiento.

–¿Cuál es el mejor ejemplo de qué tan obsesiva sos con tu trabajo?

–No sé si puedo hacerme cargo de esa definición. Me reconozco trabajadora y entusiasta. Si creo que los detalles son fundamentales, es evidente la diferencia de resultados cuando estuvo implicada la dedicación, que se liga de forma directa con el compromiso. Con tu pregunta me estás llevando a pensar en el modo de producir y en relación a mis textos pienso ahora, re-escribo más de lo que escribo. Creo y me encuentro en ese espacio de leerse y volver a escribir. Una vez un amigo me dijo “escribiste otro libro con las mismas palabras”. Me gusta pensar que se trata de una sola escritura que va creciendo, transformándose, pero es parte del mismo sustrato. Pero no creo que sea la búsqueda obsesiva de la perfección, es simplemente búsqueda. Marguerite Duras decía “si supiera lo que voy a escribir no tendría sentido escribirlo”. Esa afirmación me identifica, busco hasta encontrar. Las cosas tienen una naturaleza que a veces se oculta, pero igual opera y cuando uno no la reconoce, algo no funciona. Esa instancia de insistencia sobre las mismas cosas que te obliga a salir del automático  del “saber cómo” de cualquier profesión y responder una pregunta para mi fundamental: “por qué”, “por qué esto y no otra cosa”. Nos cruzamos con muchas posibilidades, pero elegimos caminos, alianzas, lugares muy específicos para el hacer. Me gusta pensar en el sentido de ese hacer, la marca que se propone y la transformación que opera cuando eso que hacemos por fin comienza a suceder.

–Participaste en el armado de programación de la Feria del Libro en otras ediciones. ¿Cómo ves ahora a la feria?

–Es difícil tu pregunta y sobre todo porque es odioso opinar sobre un espacio que implica el trabajo de tanta gente. Me estás paseando por la historia de mi vida, pero bueno. En el tiempo que trabajé vinculada a la Feria del Libro traté de hacer una crítica constructiva proponiendo proyectos (Fenómenos 2006 y 2008, La letra encendida, entre otros). Entonces desde mi perspectiva había una debilidad en la calidad de la oferta de libros, había escasa participación de editoriales y muchas librerías vendían exactamente lo mismo que el resto del año en sus locales comerciales. En cuanto a la programación 400 actividades programadas me parecía inviable para hacer una curaduría de feria. Hoy lo que tiene que ver con la programación ha mejorado. Todavía falta hacer más, por ejemplo que la feria sea verdaderamente un espacio profesional, un lugar de trabajo y provecho para que todos los que participamos del campo literario y editorial. No digo que no lo sea, pero falta disponer los recursos de la programación para la producción local por ejemplo. Muchos trabajamos con autores que no son necesariamente de Córdoba y es difícil que se dispongan recursos para que una editorial local traiga a su autor por ejemplo a hacer una presentación. La pregunta sería ¿por qué no? Lo que tiene que ver con los puestos de venta, está todo muy parecido, pero algunos cambios como la presencia de librerías que tienen una curaduría interesante como Portaculturas, o el espacio Barón Biza, son buenas noticias que quizás estén marcando el cambio que necesitamos.

–¿Qué te parece la iniciativa del espacio gratuito para las editoriales independientes?

–Me parece una noticia excelente, es lo que necesitábamos las editoriales de pequeño formato para poder participar de la Feria del Libro de Córdoba. Me sorprendió mucho una noticia que habría que corroborar sobre que la Municipalidad de Córdoba pagó por ese espacio a la Feria, creo que si eso es así requiere revisión. La importancia de la tarea editorial que hacemos los editores de Córdoba es evidente y reconocida. El testimonio son los libros producidos y su calidad, los autores editados, la repercusión de nuestra tarea en el medio, nuestra participación de instancias nacionales e internacionales. A pesar de esta contundencia a esta Feria todavía cuesta pensarnos como un eslabón fundamental. El espacio Barón Biza da esperanza que el cambio de actitud está comenzando a suceder. Pero necesitamos avanzar sobre otras situaciones. Desde el Foro de Editores de Córdoba solicitamos no sólo un espacio de venta, sino un lugar en la comisión organizadora de la Feria del Libro de Córdoba. Esta feria sucede en la plaza pública, comenzó con un grupo de editores independientes entre los que estaba Juan Maldonado de Alción, y es imprescindible volver a abrir su gesta a quienes invertimos para hacer posible la producción del libro cordobés.

–¿De qué se trata la edición del libro de Emilio García Wehbi junto con Gabo Ferro?

–El libro que estamos preparando con Emilio García Wehbi y Gabo Ferro se llamaArtaud: lengua ? madre y nace de un trabajo que hicieron para la Bienal de Performance este año en Buenos Aires. Juntos abordan el arte y su relación con el mercado y con la cultura. El libro tiene muchos aspectos interesantes, entre los cuales se encuentra la naturaleza de autoría doble. Es un libro escrito a cuatro manos a partir de un ir y venir del texto bajo la premisa de intervenir sobre la escritura del otro. Es un procedimiento que se vuelve la política del texto y su forma de contrastar la figura del artista Dios. En esa línea algo de lo que vos tenías interés de indagar en tu pregunta es un “Contramanifiesto del Método Abraham” donde ambos autores ponen en evidencia como bien lo expresa Federico Irazábal en el “Manual de usuario” que acompaña el texto, “las dificultades que implica el ser rupturista en un sistema (el cultural-artístico) que basa su supervivencia precisamente en el arte de la expansión ilimitada”. El libro también tiene en su factura una propuesta performática que no puedo contarte acá porque es como explicar el chiste, así que  vas a tener que comprarlo para tener tu propia experiencia. Lo presentamos el 1 de diciembre en el teatro Payró donde se repone la performance.

–Estás trabajando ahora en una obra con tu pareja, Cipriano Argüello Pitt. ¿Cuál es tu rol y de qué se trata la obra?

–La obra se llama El secretario de Joyce y la dirige Cipriano; yo soy su asistente de dirección. La obra tiene como puntos de partida a Play, de Beckett y las biografías de James Joyce, Samuel Beckett y Lucía Joyce. Estos dos últimos con una intensa relación amorosa. Digamos que la obra habla del amor y del teatro. Ya casi estamos por estrenar, termina la feria y empieza la obra. Estoy muy contenta con este proceso.

–¿Tenés algún otro proyecto en puerta?

–El 23 de septiembre vamos a presentar en Buenos Aires el último libro de la editorial que se llama Casa que arde, es una re-escritura de Bernarda Alba de Emilio García Wehbi con el condimento de que Elisa Canello hizo una re-escritura de dibujos de Henry Darger para esta edición. Este libro es como el lado B de Luzazul. Mientras el primero aborda lo femenino en su aspecto oprimido, Casa que arde apunta al cuerpo femenino y su potencial revolucionario.